miércoles, 1 de septiembre de 2010

“Ícaro y Dédalo”

“O la Irracionalidad de una Ley Nula, Inválida y Afrentosa”

Los miembros del Senado de la Nación y antes los Diputados de la misma aprobaron de consuno las uniones de personas del mismo sexo dándoles las prerrogativas que tiene sólo el matrimonio según las leyes de Dios y de la naturaleza. Días antes el canal oficial de TV propagandeaba a invertidos de todo tipo sin privarse de denigrar a la Iglesia Católica. De más está decir que los demás medios de prensa, especialmente visuales se regodeaban propagandeando lo mismo.
Muchas voces se alzaron, valientemente, en contra; denigradas o silenciadas por los autores de la “verdad virtual” que controlan los medios de difusión. Muchísimas voces no se oyeron, se quejaron más los evangelistas que los Obispos de la Iglesia Oficial y de estos, los que más dijeron se quejaron del proyecto de ley “sin querer herir los sentimientos” de los implicados en la ley. ¿Es valedero el sentimiento del que escupe el rostro de Dios? Si fuera así, también fueron “entendibles” los salivazos en el rostro del Redentor. Nuestro Señor hablando a aquella Samaritana junto al pozo de Jacob, mujer que ya había sido de seis hombres, ¿Qué le dijo? S. Jn. 4,17-18: “-Bien has dicho que no tienes esposo, tuviste cinco hombres y el que tienes ahora no es tu esposo. Has hablado con verdad”. ¿Qué diría Nuestro Señor de dos hombres o dos mujeres juntos?
Las voces que se alzaron y hasta alguna manifestación no tenían esperanza de triunfo, nacieron muertas, abortadas por la realidad política que se impone no por el derecho sinó por la fuerza de los hechos. ¿Por qué muertas? ¿No estamos acaso en democracia? No lo estamos porque los resortes de una democracia (o de cualquier forma de gobierno) presuponen la procuración del bien común y para procurarlo es preciso quererlo, buscarlo, abnegar lo propio y que eso que se busca sea realmente un bien. Quien lo sepa que nos indique ¿Cuál democracia contemporánea ha hecho mejor a sus pueblos, cuál los ha hecho más virtuosos, cuál disminuyó la inmoralidad, los crímenes o al menos la cantidad de pobres y desamparados?
Los dos jueces que condenaron a la casta Susana en el Antiguo Testamento eran dos viejos venales (Prof. Daniel XIII); aquellos ancianos que condenaron a Nuestro Señor Jesucristo, al hombre más justo de la historia, sabían perfectamente que no había hecho nada malo.
Ponga Usted un grupo abigarrado de sinvergüenzas en cualquier Congreso y el resultado serán leyes que destruyan a la Nación cambiando bienes por males.

Ordenemos nuestras ideas.
Cuando las civilizaciones alcanzan su mayor decadencia tienen vicios semejantes. Tertuliano, escritor eclesiástico durante las primeras persecuciones a los cristianos, describe las costumbres de aquellas épocas como si fuera hoy: El desprecio por la vida (los mismos Padres pagaban las fiestas en los circos para ver morir a sus hijos luchando contra fieras o entre ellos), las mismas diversiones y vicios en bacanales de innombrable desvergüenza con mujeres o con hombres.
Por eso dice claramente San Pablo: “Hermanos no somos deudores de la carne para que vivamos según la carne. Si viviereis según la carne moriréis. Si en cambio por el espíritu mortificareis las obras de la carne entonces viviréis. Quienesquiera obran según el espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”. (Ad Rom. 8 12-17)
Si obrar según el espíritu de Dios es ser hijo de Dios, hacer lo contrario es ser hijo del diablo. No hay más que dos progenituras, o somos de Dios o no lo somos, si no lo somos, somos del diablo. Más claro aún lo dirá el mismo San Pablo en la Carta a los Gálatas: “Quienes hacen tales cosas no poseerán el Reino de Dios” (Gal. 5, 21).
Una ley aberrante no es una ley sinó una aberración.
La condena de Cristo ¿No la hizo un Congreso? ¿No fue acaso la obra más inicua de la historia, el decreto más aberrante de un Congreso?
¿Por qué decimos que esas “leyes” son aberraciones?
Porque el fundamento de las leyes es la realidad. La realidad no es lo que pasa sinó lo que es.
¿Por qué las rutas no son de un solo carril? Porque todos chocarían. ¿Por qué los buques no son de plomo macizo? Porque no flotarían nunca. ¿Por qué no exigen a las vacas que engendren solas y sin los toros o nada de los toros? ¿Por qué no dan leche sin ternero? ¿Por qué no se ordeña a los toros? Porque manda la realidad y las leyes no hacen sinó enunciar en preceptos lo que dice la realidad.
Así, “no cruce las vías porque es peligroso”, por lo mismo “no se asome desde el tren en movimiento”. Allí manda la realidad y el buen juicio, el sentido común, no hace sinó verlo y enunciarlo para que le sea claro a todos y se respete.
Por eso encabezamos estas líneas con aquellos nombres mitológicos de “Ícaro y Dédalo” aquellos dos prisioneros del laberinto de Creta, hijo y padre, que para huir de su prisión se fabricaron alas con plumas y con cera. Ícaro levantó el vuelo pero afrentó los calores del sol que derritieron sus alas ahogándose en el Mar Egeo.
Las leyes pueden dar autorizaciones, no derecho, cuando lo que se permite es algo inicuo. Es inicuo y aberrante lo que atente contra la realidad y lo que las cosas son. Las alas le sirvieron a Ícaro para huir, nó para afrentar la realidad del calor del sol. Estos “matrimonios” inicuos que se autorizan sirven para huir de la realidad, para juntar lo injuntable, para hacer producir lo improductivo, para contrariar todo orden natural.

-Señor, dirán, “son sentimientos respetables”.
No se trata de sentimientos. El odio y la venganza también son sentimientos y no es justo ni odiar ni vengarse. Alguien puede matar porque odia y no es justo hacerlo; también un hombre puede alegar que por sentimiento quiere a 20 mujeres, o a nenes, o a animales y eso no sería un derecho sinó una aberración. Si el sentimiento permite lo degenerado entonces que maten tranquilos los parricidas que ya los protegerá alguna ley.
Ícaro con sus alas huyó de la realidad, el degenerado puede huir eligiendo el vórtice de las pasiones. Lo que Ícaro no pudo fue suspender aquella ley de que el calor basta para derretir la cera; los contemporáneos no podrán evitar las lacras, las enfermedades, la degradación de unos nacidos para ser viriles pero afeminados y modosos; la de otras que de maternales y femeninas se harán hombrunas y viciosas. Cada material, cada natural tiene su ley de resistencia, no se hacen tornillos de goma blanda; no hay pueblo que soporte familias disueltas, generaciones de drogadictos, niños criándose entre dos papás o dos mamás, criminales imponiendo su ley.

¿Qué falta decir? Mucho todavía.
La ley está dictada, inicua, inválida, aberrante, pero está allí forzada por un tiempo como a veces durante la tiranía de un tirano. Todo acaba cuando es sólo de hombres. Toca entonces decir algo de la conducta práctica.

Será lo primero protestar todo lo que se pueda. Los que ahora festejan estaban hasta ayer contra la ley que no los dejaba seguir sus pasiones. Estemos nosotros y con todo derecho, contra las leyes que son inicuas. Protestemos, hablemos, escribamos, hagamos cuanto sea posible. Hagamos valer el derecho a no estar de acuerdo, a rechazar, combatir y denigrar las leyes contrarias a Dios y a la naturaleza de las cosas que hizo Dios. Sólo una Señora Jueza de Paz de la Nación se atrevió a decir esto en medio del vergonzoso silencio de los Obispos y Sacerdotes.
Son las “leyes” que votaron los que juraron sobre los Santos Evangelios.
¿No es un perjurio hacer leyes que contradicen la ley de Dios contenida en los Evangelios? Bien dijo el Profeta Isaías anunciando el castigo de las infidelidades de su pueblo: “Los afeminados los dominarán” (Is. 3,4). Es perjurio que nadie les reclama aunque lo hayan pedido al jurar: “…Y si así no lo hiciere Dios y la Patria me lo demanden” (fórmula de juramento de Diputados y Senadores).
Se preguntó Usted alguna vez ¿Por qué se jura sobre los Evangelios en la función pública? ¿Por qué lo hicieron nuestros patriotas al fundar la Nación?
Porque los fundadores de la Nación, templados en la Fe Católica y criados en ella, sabían que el hombre es capaz de cualquier cosa. Sólo Dios puede poner un límite, por eso los Evangelios que son su Ley. El mismo Juan Jacobo Rousseau afirmaba, liberal y padre del liberalismo, que el último resorte de una nación es la religión.
Dirán que somos intransigentes. Claro que sí. La intransigencia es defecto y torpeza cuando no se transige en lo juicioso, en lo justo y lo normal. Ningún cirujano opera con instrumentos oxidados, nadie le diría “intransigente” por negarse a hacerlo. No se puede aceptar lo irrealizable. Esas leyes recientemente aprobadas pretenden legalizar lo que el mismo natural no consigue, no les dan los cuerpos, no les dan los órganos, protesta la misma genética de cada célula y cada cromosoma, hasta la voz deben fingir y modificar el gesto que les imponen las hormonas; pero la “ley” quiere hacer realidad lo inexistente, lo nulo, lo neutro, lo estéril de suyo y para siempre.
Es derecho de consciencia. Sólo la verdad establece derecho. Así como no pueden obligarnos a matar a un inocente, no pueden obligarnos a que se perviertan los inocentes.
¿Por qué que se perviertan? Señor, porque nadie es maricón solo. Si la ley da derecho a eso entonces también debe darles derecho a pretender y ser pretendido, a procurar compañero y a que lo procuren en él, a buscar varones ya que eso es un homosexual, alguien que busca justamente lo que le falta que es hombría y virilidad.
Si es derecho, en mi casa mando yo. No permita que entren a su casa esos desviados a mirar a sus hijos; enseñe a los suyos que eso es horroroso, que es pecado, que Dios lo maldice. Más aún, en mi casa se dan normas de conducta para adentro y para afuera. ¿Por qué para afuera? Porque mi alma es siempre la misma, no puedo se hipócrita con Dios, su Ley me vale siempre. La consciencia no es un altillo cerrado que vale sólo puertas adentro.
En el fondo son leyes contra la Religión Católica. Lo dijo claramente un diputado al votar: “-No me importa el fuego del infierno”.
Una nación fundada a los pies de la Cruz del Salvador y formada por una mayoría absoluta de católicos, aunque los haya de otras religiones, tiene derecho a ser gobernada de manera católica. ¿O no valdría aquí la mayoría para esta llamada “democracia”?

Una última pregunta. ¿Qué ganan con estas leyes?
Ganan el aumento general de los vicios. Afloje las leyes que castigan a los criminales y habrá más criminales; deje robar al gobernante y los habrá ladrones; libere el uso de la droga y será necesario que alguien la venda, la produzca, la comercialice y la transporte; deje que pululen los invertidos y sus hijos tarde o temprano se menearán o serán víctimas de los inmorales, o vivirán acosados por ellos como aquellos de Sodoma (Gen. 19,5).
Los vicios llevan a un aflojamiento general y el aflojamiento a la indefensión, todo lo suficiente para ser víctimas seguras o de la envidia extranjera o de la ambición de los nacionales ambiciosos. Como sea, es la misma existencia de la Nación, es la salvaguarda de su identidad propia, la honestidad de sus casas y la hombría de sus hijos y la femineidad de sus hijas lo que está en juego.

Quiera Dios ayudarnos, aguerrirnos y tener piedad de nosotros.

Agosto del 2010.

+ Mons. Andrés Morello.

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